—¡Oh, perdón, señor...!
Una vacilación.
—¿No es usted...? Usted
escribe... Es usted escritor, ¿no?
Yo podría decirme con un
tembleque de gusto: Mira por dónde, un lector, pero un viejo instinto me
susurra otra cosa: Caramba, un alumno, su profe de francés debe de darle la
lata con un Malaussène cualquiera; dentro de un segundo me pedirá que le
eche una mano.
—Sí, escribo libros, ¿por qué?
—Y no falla.
—Porque nuestra profe nos hace
leer El hada... El hada...
Bueno, sabe que en el título
está la palabra «hada». —Habla de Belleville y de unas señoras viejas, y...
—El hada carabina, sí. ¿Y qué?
Y entonces vuelve a ser un
mocoso que se enrosca el pelo en los dedos antes de hacer la pregunta decisiva:
—Tenemos que entregar una
explicación del texto. ¿No podría usted ayudarme un poco, decirme dos o tres
cosas? Recupero mi bolsa de provisiones.
—¿Has visto cómo me has pedido
fuego?
Turbación.
—¿Querías darme miedo?
Protesta:
—¡No, señor, por la cabeza de
mamá!
—No pongas en peligro a tu
madre. Querías darme miedo. —Me guardo mucho de decir que casi lo ha
conseguido—. Y no soy el primero del día. ¿A cuántas personas les has hablado
hoy así?
—…
—Solo que a mí me has
reconocido, y ahora quieres que te ayude. Pero cuando no tienes que hacer los
deberes sobre ellos, ¿cómo se las arregla la gente, con tu brazo cerrándoles el
paso? Tienen miedo de ti y tú estás contento, ¿no es eso?
—No, señor, vamos...
—Sin embargo, conoces el
respeto; es una palabra que pronuncias cien veces al día, ¿verdad? ¿Acabas de
faltarme al respeto y quieres que te ayude?
—…
—¿Cómo te llamas?
—Max, señor.
Lo completa enseguida:
—¡Maximilien!
Muy bien, Maximilien, acabas de
perder una buena ocasión. Vivo allí, mira, justo allí, en la calle Lesage, en
aquellas ventanas de allí arriba. Si me hubieras pedido fuego cortés mente,
estaríamos ya allí y te ayudaría a hacer los deberes. Pero ahora no, ni hablar.
Último intento:
—Vamos, señor...
—La próxima
vez, Maximilien, cuando hables a la gente con respeto, pero esta noche
no; esta noche me has hecho enfadar.
Por la parte del profesor, me siento identificado porque cuando alguien me insulta, me ridiculiza, o simplemente le da igual mi existencia, quiero decir, le da igual que esté cerca suyo o no,,, no me resulta satisfactorio ofrecerle ayuda para nada. No obstante, a diferencia del profesor, siempre suelo hacer todo lo posible cuando se me pide ayuda, y es que, creo que no se debe juzgar a la persona por lo que vemos si no conocemos lo que ha ocurrido a lo largo de su vida, porque ciertas circunstancias le han llevado a ser como es. Creo que si el profesor le hubiera dado la oportunidad de entrar en casa y explicarle el libro, habría cambiado la forma de ver las cosas de Maximilien y le habría abierto las puertas a una nueva forma de ser, no dar miedo a la gente, si no respetarles al igual que le respetan.
A mí también ha sido el párrafo que más me ha llamado la atención.
ResponderEliminarMuy sincera tu reflexión!